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Christine Lagarde
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  • DISCURSO

Liberar el poder de las ideas

Discurso pronunciado por Christine Lagarde, presidenta del BCE, en la Yale University, New Haven, Estados Unidos

New Haven, Estados Unidos, 22 de abril de 2024

Es un placer estar aquí para dirigirme a ustedes.

La Yale Jackson School of Global Affairs atrae a algunas de las mentes más brillantes de cada generación, formando su talento e inspirándoles a seguir carreras excepcionales en diplomacia y política pública.

Y hay mucho en lo que inspirarse cuando se estudia en Yale. No muy lejos de aquí —en la Sterling Memorial Library en el corazón del campus de Yale— se encuentran los documentos del primer diplomático de América, Benjamin Franklin.

Franklin fue muchas cosas: embajador ante Francia, científico, inventor, escritor y editor, por nombrar algunas, pero, sobre todo, fue un hombre de ideas. En su juventud, aproximadamente a la misma edad de algunos de ustedes, Franklin entendió el poder de las ideas.

«Todas nuestras ideas son admitidas primero por los sentidos e impresas en el cerebro, aumentando en número por la observación y la experiencia», escribió. «Allí se convierten en sujetos de la acción del alma»[1].

Inspirando las acciones, las ideas pueden ayudarnos a crecer. Puede ser en el ámbito del crecimiento personal: el aprendizaje de un estudiante puede ayudarle a tomar las decisiones correctas a lo largo de su futura carrera. Pero también a nivel social, puesto que las ideas contribuyen al avance de nuestras economías.

En las últimas décadas, teníamos pocas barreras a escala mundial para el flujo de ideas. Las economías avanzadas compartían sus tecnologías con las emergentes, y éstas compartían con nosotros sus costes de producción más baratos: el proceso que conocemos como «globalización».

Pero en años recientes, el orden económico mundial, tal como lo conocíamos, ha cambiado.

Ahora vemos que las economías emergentes de antes están asumiendo el liderazgo en algunas tecnologías avanzadas. Pero la globalización está retrocediendo, amenazando el acceso a los recursos de los que dependen las tecnologías avanzadas.

Entonces, ¿cómo prosperamos todos en este nuevo mundo?

Hoy defenderé que el elemento clave de nuestra prosperidad sigue siendo el mismo de siempre: generar y compartir nuevas ideas.

Pero la historia nos dice que las ideas solo pueden impulsar el crecimiento si primero creamos las condiciones adecuadas que les permitan realizar todo su potencial, y si nos comprometemos a eliminar los obstáculos que se interponen en su camino.

Este es el reto al que todos nos enfrentamos hoy para prosperar en este nuevo mundo. Hoy me centraré en lo que este reto significa para nuestras economías y, en particular, para Europa.

El poder de las ideas a lo largo de la historia

La historia del progreso humano ha estado determinada por avances tecnológicos generados por ideas. Pero las ideas no se convierten inmediatamente en prosperidad económica.

Por ejemplo, la imprenta de Johannes Gutenberg, un ingenioso dispositivo que combinaba prismas metálicos para moldear letras con una tinta a base de aceite y técnicas de producción de vino[2].

Al reducir el coste y aumentar la velocidad de producción de los libros, la imprenta creó una tecnología de comunicación que revolucionaría nuestro mundo. De hecho, se expone una biblia original de Gutenberg en el bello marco de la Beinecke Rare Book and Manuscript Library de Yale.

Pero la imprenta llegó en un momento en que las tasas de alfabetización eran aún excepcionalmente bajas: alrededor del 9 % en la Alemania de Gutenberg[3]. Sus beneficios finales dependieron del aumento de las tasas de alfabetización en los siglos siguientes, ya que con más libros y más baratos, también se redujeron los costes del aprendizaje. Los países en los que la alfabetización aumentó más rápidamente cosecharon beneficios en forma de mayores tasas de crecimiento económico y PIB per cápita, una correlación que persiste hoy en día[4].

En siglos más recientes, podemos identificar tres condiciones que deben darse para que las ideas alcancen todo su potencial: conversión, difusión y ambición.

Por conversión se entiende la capacidad de traducir las ideas en proyectos que la sociedad pueda utilizar. La historia nos ha mostrado que esta capacidad depende de que existan los ecosistemas económicos adecuados en áreas clave como la financiación y el suministro de insumos.

Por ejemplo, hasta principios del siglo XVII, la capacidad para financiar nuevas ideas se veía fuertemente limitada por la falta de desarrollo de los mercados financieros. Un factor que contribuyó a cambiar la situación fue la aparición en este momento histórico de la moderna sociedad anónima de responsabilidad limitada[5].

Súbitamente, fue posible captar grandes reservas de capital para financiar propuestas audaces, como la ampliación de las rutas marítimas mundiales de este a oeste que facilitaban el suministro de insumos. Los países que crearon sociedades anónimas experimentaron, por lo general, un crecimiento más rápido[6].

Si las infraestructuras adecuadas del ecosistema económico pueden facilitar las ideas, también ocurre lo contrario. El pionero despliegue del ferrocarril por todo el territorio estadounidense resultó revolucionario para impulsar el desarrollo de los mercados de capitales del país[7].

Pero para que las ideas tengan un verdadero impacto a nivel macroeconómico, también tiene que haber difusión. Las tecnologías deben propagarse a través de una economía y ser ampliamente utilizadas.

La historia sugiere que un factor clave en la difusión de las ideas es la escala: es decir, la posibilidad de operar en un mercado amplio e integrado. Operar en un mercado amplio anima a las empresas a adoptar nuevas tecnologías, ya que ampliando su producción pueden conseguir costes unitarios más bajos.

El ejemplo más claro de su impacto lo tenemos en Estados Unidos. Aunque su Constitución reunía trece colonias dispares, la trayectoria económica del país dependería en última instancia de cómo se interpretó esa Constitución, en particular, su Cláusula de Comercio.

Se asistió a un momento crucial en 1824, cuando la sentencia del Tribunal Supremo en el asunto Gibbons/Ogden confirmó la potestad del Congreso de regular el comercio interestatal y, en efecto, de anular los monopolios concedidos por el Estado que representaban el riesgo de fragmentar el mercado estadounidense.

Esta decisión contribuyó a establecer una economía verdaderamente nacional y permitió que las ideas de los empresarios estadounidenses se extendieran y florecieran. Varias estimaciones indican que el PIB per cápita de Estados Unidos se duplicó como mínimo entre 1800-20 y 1820-40[8].

Sin embargo, en muchos de estos casos, el cambio no se produjo por sí solo, sino gracias a la ambición de empresarios, economistas, juristas o responsables políticos, a su valentía para superar los obstáculos al progreso y a su capacidad para inspirar a otros a seguir su visión.

Pero la naturaleza de esta ambición siempre ha evolucionado con los tiempos.

En el siglo XIX, Estados remotos dispersos por todo el territorio estadounidense necesitaban empresarios visionarios como Cornelius Vanderbilt, cuyos ferrocarriles ayudaron a unificar la economía del país. Pero a medida que los magnates del ferrocarril establecían monopolios que socavaban el bien público, fue necesaria la ambición de políticos como Theodore Roosevelt para disolverlos y fomentar la competencia.

Lo que verdaderamente da alas al crecimiento es la combinación de estas tres fuerzas: la conversión de las ideas en innovaciones, la difusión de las innovaciones al crecimiento de la productividad y la ambición de nuestras sociedades para eliminar cualquier barrera que se interponga en el camino.

El poder de las ideas hoy

Esto me trae a la actualidad.

A medida que nuestras economías crecen, cambia la importancia relativa de las distintas fuerzas que impulsan el crecimiento[9]. Para las economías emergentes que están lejos de la frontera tecnológica, desplegar en primer lugar su mano de obra y, posteriormente, capital puede ayudarles a ponerse al día.

Sin embargo, una vez que las economías maduran y son avanzadas, los incrementos de productividad son el principal motor del progreso. Y la productividad es, sobre todo, cuestión de ideas.

No obstante, la productividad lleva algún tiempo desacelerándose en la mayoría de las economías avanzadas. Esta ralentización dio lugar a un debate en la década de 2010 entre los «tecnopesimistas», que creían que la mayoría de las ideas innovadoras habían quedado atrás, y los «tecnooptimistas», que creían que estábamos en la cúspide de una nueva revolución tecnológica.

La evolución de los últimos años sugiere que los argumentos a favor del optimismo eran más sólidos. Al igual que en la época de Gutenberg, nuevas tecnologías revolucionarias como la inteligencia artificial y la robótica están a punto de transformar nuestras sociedades. Un estudio ha concluido que la inteligencia artificial generativa por sí sola tiene el potencial de añadir casi 4,5 billones de dólares anuales a la economía mundial, es decir, aproximadamente el 4 % del PIB mundial[10].

La buena noticia para el crecimiento de la productividad mundial es que estamos viendo florecer estas nuevas ideas en las principales economías, un legado directo de los lazos comunes que se forjaron durante la era de la globalización. Europa, a diferencia de lo que algunos puedan pensar, está realmente bien situada para beneficiarse de estas ideas.

La Unión Europea representa alrededor de una quinta parte de las publicaciones, patentes e investigación más citadas del mundo, a pesar de que cuenta con menos del 7 % de la población mundial[11], y esta actividad innovadora incluye sectores clave como la inteligencia artificial y el aprendizaje automático.

Según un estudio, Europa tiene más talento en inteligencia artificial que Estados Unidos, con más de 120.000 puestos activos, y el año pasado, Europa representó un tercio del capital total en fase inicial invertido en inteligencia artificial y aprendizaje automático entre las dos economías[12].

Nuestra región también cuenta con muchas empresas innovadoras en otros sectores de alta tecnología. Las empresas manufactureras europeas operan a menudo en la frontera mundial, ya sea en la producción de máquinas de fotolitografía para chips avanzados o robótica industrial. De hecho, la cuota de Europa en el mercado de estos robots duplica la de China y es más de treinta veces superior a la de Estados Unidos[13].

Y muchas de las empresas europeas de más éxito ni siquiera cotizan en bolsa. De los 2.700 «campeones ocultos» de todo el mundo —es decir, pymes que son líderes mundiales en sus nichos de mercado—, más de la mitad se encuentran en Alemania, Austria y Suiza[14].

Pero a medida que la globalización retrocede y el cambio tecnológico se acelera, todas las economías se enfrentan a obstáculos a la hora de transformar estas ideas en un crecimiento sostenido de la productividad.

Y estos obstáculos se encuentran en las mismas tres áreas que han sido críticas para liberar el potencial de las ideas a lo largo de la historia: conversión, difusión y ambición.

Así pues, la pregunta que se nos plantea es: ¿cómo podemos eliminar estos obstáculos?

Eliminar los obstáculos

Conversión

Permítanme comenzar con el primer obstáculo, la conversión.

Para convertir nuevas ideas en proyectos comercializables, necesitamos ecosistemas económicos adaptados a las necesidades específicas de las tecnologías actuales.

Necesitamos sistemas financieros que nos permitan invertir masivamente en empresas innovadoras.

Sectores como la inteligencia artificial, por ejemplo, necesitan mucho dinero en efectivo para aumentar la capacidad de computación y de los servidores. Según los líderes de la industria, el coste de entrenar los modelos de inteligencia artificial se multiplicará por diez en un año y podría ascender pronto a entre 5.000 y 10.000 millones de dólares estadounidenses[15].

Necesitamos tener acceso seguro a una amplia variedad de recursos naturales.

La Agencia Internacional de la Energía (AIE) estima que el entrenamiento de un único modelo de inteligencia artificial utiliza más energía eléctrica que la que consumen 100 hogares estadounidenses en un año[16]. Además, con la electrificación de nuestros sistemas de transporte y la inversión en tecnologías de energías renovables, la demanda mundial de tierras raras puede aumentar entre tres y siete veces de aquí a 2040[17].

Por tanto, todas nuestras economías deben ser proactivas para garantizar que contemos con estos ecosistemas. Pero en Europa nos enfrentamos a dos retos específicos.

En primer lugar, tenemos un sector financiero de gran tamaño, respaldado por las elevadas tasas de ahorro de los hogares europeos. Sin embargo, la intermediación tiene lugar principalmente a través de los préstamos bancarios, y no de los mercados de capitales, que emiten valores de renta fija y de renta variable.

Los préstamos bancarios funcionan bien para empresas establecidas que presentan un riesgo relativamente bajo y cuentan con considerables garantías, como es el caso de nuestras empresas tradicionales líderes del sector manufacturero. Pero no funciona tan bien para las empresas jóvenes y de alto riesgo, que suelen impulsar una innovación radical.

Las empresas innovadoras necesitan un amplio acceso a capital riesgo, lo que requiere un sector de capital riesgo desarrollado que pueda apoyarlas hasta que coticen en bolsa. Sin embargo, la disponibilidad de dicho capital es aproximadamente diez veces inferior en Europa que en Estados Unidos[18], lo que significa que incluso para las empresas que encuentran apoyo en la fase inicial, este se reduce cuando entran en la fase de crecimiento. La empresa media respaldada por capital riesgo en la UE recibe alrededor de cinco veces menos apoyo que sus homólogas estadounidenses a lo largo de su ciclo de vida[19].

Esta brecha suele significar que los emprendedores europeos tienen que irse fuera para obtener la financiación que necesitan, y a veces sus ideas van con ellos. Esta es una de las principales razones por las que, el año pasado, Europa solo invirtió 1.700 millones de dólares estadounidenses en inteligencia artificial generativa, frente a los 23.000 millones de dólares estadounidenses de capital riesgo y capital inversión de Estados Unidos[20].

En segundo lugar, en Europa no tenemos recursos naturales abundantes y, por tanto, dependemos en gran medida de las importaciones[21]. Esta dependencia nos hace vulnerables en un mundo menos globalizado y un panorama geopolítico cambiante.

La brutal invasión rusa de Ucrania, que dio lugar a un cierre casi completo del suministro de gas a Europa, demuestra lo que está en juego. Aunque hemos logrado sustituir a Rusia como proveedor, este proceso ha dejado a nuestras empresas en una situación de notable desventaja en términos de costes.

Antes de la pandemia, los costes de la electricidad de las empresas europeas eran 1,7 veces superiores a los de Estados Unidos y 1,2 veces superiores a los de China. Ahora, esa diferencia es de 2,5 y 2,3 veces, respectivamente.

Sin embargo, en ambos casos, Europa está creando soluciones en respuesta a estas limitaciones. Como dijo el expresidente francés Valéry Giscard d’Estaing, «Puede que no tengamos petróleo, pero tenemos ideas».

En aquellos ámbitos en los que podemos, estamos actuando para construir los ecosistemas que necesitamos internamente. Justo la semana pasada, los líderes europeos acordaron avanzar en el desarrollo de la unión de los mercados de capitales de Europa, haciendo especial hincapié en «mejorar las condiciones [...] de las opciones de financiación [...] para las empresas emergentes en expansión europeas»[22].

También estamos anticipando inversiones en energías renovables, lo que, en última instancia, nos hará más independientes desde el punto de vista energético, aunque este proceso llevará tiempo y tendremos que ser realistas.

Entretanto, es posible que tengamos que depender aún más de los países que disponen de los recursos necesarios. Por ejemplo, el 80 % del suministro mundial de metales de tierras raras procede actualmente de solo tres países[23].

Pero también estamos colaborando con nuestros amigos y aliados que se enfrentan a obstáculos similares, como Estados Unidos, para diversificar en mayor medida nuestro suministro. Por ejemplo, la UE tiene la intención de establecer un Club de Materias Primas Fundamentales, invitando a socios con preocupaciones similares geopolíticas y económicas a participar en la puesta en común de inversiones[24].

Difusión

Pero una vez que las ideas se comercializan, deben difundirse. Hay que recordar que lo que impulsa el crecimiento a largo plazo no es solo la innovación por parte de las empresas «superstar», sino también que las innovaciones se propaguen ampliamente a las menos productivas.

Históricamente, uno de los principales motores de la difusión tecnológica ha sido el libre comercio, en particular entre nuestras dos economías. Por ejemplo, un análisis indica un desfase de tres a cuatro años entre las innovaciones de la industria estadounidense y las de la industria europea[25].

Sin embargo, las investigaciones sugieren que la difusión se ha ralentizado en las economías avanzadas en las últimas décadas[26], una tendencia que puede reflejar, en parte, la naturaleza de la propia economía digital, que tiende a crear mercados en los que «el ganador se lleva más»[27].

En el caso específico de Europa, la lentitud de la difusión también refleja el hecho de que, a diferencia de Estados Unidos, todavía no hemos aprovechado totalmente nuestra dimensión innata como economía de escala continental.

En Europa hemos desarrollado un modelo de negocio que depende inusualmente —para una economía grande, al menos— de vender a otras grandes economías, en particular bienes de equipo que les permiten explotar su propia escala. Más de un tercio de nuestro PIB correspondiente al sector manufacturero se absorbe fuera de la UE, frente a alrededor de una cuarta parte en el caso de China y solo una quinta parte en el de Estados Unidos[28].

Pero no hemos utilizado plenamente nuestra propia dimensión para animar a nuestras empresas a adoptar más tecnología. Tenemos más de 445 millones de consumidores y 23 millones de empresas[29], pero nuestro mercado interior sigue estando fragmentado, especialmente por lo que se refiere a los servicios[30]. El comercio de servicios dentro de la UE representa únicamente alrededor del 15 % del PIB, frente a más del 50 % en el caso de los bienes[31].

No aprovechar este potencial nos cuesta mucho en términos de pérdida de crecimiento y de aumento de la productividad. La persistencia de fricciones comerciales en la UE significa que estamos renunciando a alrededor del 10 % del PIB potencial de la UE, según una estimación[32].

También afecta a nuestra competitividad. Ahora observamos que otras grandes economías están utilizando su combinación de tecnología y escala para avanzar más rápidamente en sectores clave. China lidera posiblemente 37 de las 44 tecnologías críticas, incluidas la de las baterías eléctricas, la hipersónica y la de las comunicaciones avanzadas de alta frecuencia, como el 5G y el 6G[33].

Pero Europa también está actuando en este sentido para eliminar sus limitaciones. La semana pasada, los líderes europeos acogieron con satisfacción un nuevo e importante informe sobre el mercado único, en el que se pedía eliminar las barreras que persisten en la prestación transfronteriza de servicios, así como una «transición política» que refleje el nuevo entorno geopolítico y competitivo[34].

Y, una vez más, Europa y Estados Unidos tienen intereses comunes para trabajar juntos, especialmente para garantizar la igualdad de condiciones entre los países que respetan las reglas, al tiempo que actúan con firmeza en aquellos casos en los que se están incumpliendo las normas para crear una ventaja injusta[35].

En otras palabras, no deberíamos entrar en una competición de subvenciones entre nuestras economías, que cree un juego de suma cero. En cambio, debemos asegurarnos de que utilizamos nuestro peso colectivo en el comercio internacional para disuadir a otros de prácticas anticompetitivas, aumentando al mismo tiempo el libre flujo de ideas entre nosotros —un juego de suma positiva—.

Ambición

¿Seremos capaces de lograr todo esto? En última instancia, se trata de una cuestión de ambición, que es el obstáculo final que tendremos que eliminar.

En los últimos años, el liderazgo ha sido a menudo de carácter reactivo. Esto ha sido en cierto modo comprensible en una era de la «permacrisis», en la que una perturbación, como la pandemia, va seguida rápidamente de otra, como el estallido de la guerra.

Pero el liderazgo reactivo ya no es suficiente.

Las crisis son cada vez más globales y requieren niveles sin precedentes de coordinación entre varios sectores de la sociedad. Al mismo tiempo, el mundo avanza en direcciones que dificultan dicha cooperación.

Por tanto, necesitamos un liderazgo proactivo, en el que definamos el flujo de acontecimientos en lugar de responder simplemente a ellos. Para hacerlo debemos ser mucho más ambiciosos.

La historia de Europa nos ofrece muchos ejemplos de lo eficaz que puede ser este liderazgo. En la década de 1950, caracterizada por la escasez de la oferta y el racionamiento, Europa comenzó a construir cadenas de suministro conjuntas y a poner en común la producción de insumos como el carbón y el acero.

A mediados de la década de 1980, cuando Europa había agotado el potencial de lo que era entonces su mercado común, siguió adelante creando el mercado único y reactivando el crecimiento.

Y en la década de 1990, cuando la volatilidad de los tipos de cambio amenazaba la estabilidad de nuestras monedas, avanzamos con nuestra unión monetaria para afianzar nuestro mercado único.

De este modo, conseguimos lo que muchos consideraban imposible y unimos progresivamente a un continente dividido por dos guerras mundiales.

Cuando hoy observo a las economías avanzadas, confío en que nuestros líderes entiendan lo que se necesita que hagan. Tanto la Ley Europea de Chips como la Ley de Reducción de la Inflación en Estados Unidos están acelerando la adopción de nuevas tecnologías. He hecho referencia a numerosas iniciativas en las que se está trabajando en Europa, pero hay muchas más que no he mencionado.

Pero por lo que respecta a Europa en particular, lo que me da esperanza es que, a diferencia de lo ocurrido tras la gran crisis financiera, tanto los líderes como los ciudadanos coinciden en lo que hay que hacer.

Somos conscientes de que ya no podemos permitirnos considerarnos un club de economías independientes, sin vínculos fuertes ni normas estrictas. Esta perspectiva ha quedado obsoleta en un mundo fragmentado en bloques geopolíticos en torno a las mayores economías. Sabemos que tenemos que empezar a vernos como una economía única y grande con intereses predominantemente compartidos.

Este cambio de perspectiva también exige unir fuerzas en otros ámbitos.

Nos enfrentamos a un incremento de las necesidades de gasto a causa del envejecimiento de la población, la transición climática y un entorno de seguridad cambiante a las que solo podremos responder conjuntamente. De lo contrario, tendremos que tomar algunas decisiones difíciles y elegir entre mantener nuestro modelo social, cumplir nuestras ambiciones climáticas y desempeñar un papel de liderazgo en los asuntos mundiales.

Actuando como Unión para aumentar el crecimiento de nuestra productividad y poniendo en común nuestros recursos en áreas en las que nuestras prioridades convergen estrechamente —como la defensa y la transición ecológica—, podemos conseguir los resultados que queremos y ser eficientes en nuestro gasto para que no tengamos que hacer sacrificios en otros ámbitos.

Aunque este enfoque puede exigir romper algunos tabús muy arraigados, en francés decimos que «nécessité fait loi» —o la necesidad no conoce ley—.

Nuestros ciudadanos entienden esta realidad, incluso en un contexto en el que el populismo va en aumento.

Como nos muestran muchas encuestas, los europeos consideran que actuar unidos es la mejor vía hacia la prosperidad y la seguridad.

Más de dos tercios de los ciudadanos de la UE estiman que la UE es un lugar de estabilidad en un mundo problemático[36], más de tres cuartos están a favor de una política común de seguridad y defensa[37], y ocho de cada diez coinciden en que la UE necesita invertir masivamente en ámbitos como las energías renovables[38]. Y, en la zona del euro, el apoyo a nuestra moneda única sigue próximo a niveles récord[39].

Así pues, hoy confío en que la ambición de nuestros responsables políticos y la voluntad de nuestros ciudadanos estén en consonancia, y en que eliminaremos los obstáculos que nos impiden alcanzar nuestro potencial.

Conclusión

Permítanme concluir.

La economía mundial se encuentra en un punto de inflexión, en el que las antiguas realidades están siendo sustituidas por nuevas incertidumbres.

Sin embargo, en este contexto de cambio, algunas cosas siguen siendo indudablemente las mismas. Podemos impulsar el crecimiento futuro generando nuevas ideas y creando las condiciones en las que puedan difundirse y florecer en nuestra economía.

Para crear estas condiciones, Europa debe superar los principales obstáculos para la conversión, la difusión y la ambición. Esto no será fácil. Pero durante demasiado tiempo nos hemos limitado a hablar de estos problemas en lugar de resolverlos con medidas concretas. Como Franklin dijo, «Bien hecho es mejor que bien dicho»[40].

En definitiva, tenemos una elección sencilla: o superamos los obstáculos o dejamos que entorpezcan nuestro camino. Considerando la urgencia, la necesidad de medidas y el consenso sobre lo que Europa debe hacer, sé de qué lado me inclino. Y confío en que tendremos éxito.

Muchas gracias.

  1. Franklin, B. (1725), «A Dissertation on Liberty and Necessity, Pleasure and Pain».

  2. Manguel, A. (1997), A history of reading.

  3. «Literacy rate, 1475 to 2022» en Our world in data.

  4. «Literacy rate vs. PIB per capita, 2022», en Our world in data.

  5. Ferguson, N. (2008), The ascent of money: a financial history of the world.

  6. Por extensión, es posible que la introducción de la sociedad anónima haya facilitado lo que algunos historiadores económicos han denominado la «gran divergencia» entre una Europa dinámica y el resto del mundo. En Allen, R.C. se ofrece una breve visión general de la gran divergencia, un concepto que ha suscitado debate entre los historiadores económicos. (2011), The great divergence, Oxford University Press.

  7. Como se ha comentado recientemente en el discurso «Un giro kantiano en la unión de los mercados de capitales», pronunciado por C. Lagarde en el Congreso Europeo de Banca, 17 de noviembre de 2023.

  8. A precios de 1840. Véase Weiss, T. J. (1992), «U. S. Labor Force Estimates and Economic Growth, 1800-1860», en R.E. Gallman y J.J. Wallis (eds.), American Economic Growth and Standards of Living before the Civil War, Chicago University Press.

  9. Como se indica en el Modelo de Crecimiento Solow.

  10. McKinsey Digital (2023), «The economic potential of generative AI: The next productivity frontier», 14 de junio

  11. Comisión Europea (2023), «Competitividad a largo plazo de la UE: más allá de 2030», 16 de marzo.

  12. Atomico (2023), «State of European Tech 23».

  13. Comisión Europea (2023), «AI Watch - Evolution of the EU market share of Robotics», JRC Technical Reports, 14 de abril.

  14. Simon, H. (2012), Hidden Champions – Aufbruch nach Globalia: Die Erfolgsstrategien unbekannter Weltmarktführer, Campus Verlag, Fráncfort/Nueva York.

  15. The New York Times (2024), «Transcript: Ezra Klein Interviews Dario Amodei», 12 de abril.

  16. AIE (2023), «Why AI and energy are the new power couple», 2 de noviembre.

  17. AIE (2021), «The Role of Critical Minerals in Clean Energy Transitions», mayo.

  18. Capital riesgo en porcentaje del PIB. Véase BCE (2023), «The EU’s Open Strategic Autonomy from a central banking perspective – challenges to the monetary policy landscape from a changing geopolitical environment», Occasional Paper Series, n.o 311, Fráncfort del Meno, marzo.

  19. Fondo Europeo de Inversiones (2023), Scale-up financing gap, 12 de septiembre.

  20. McKinsey Global Institute (2024), «Accelerating Europe: Competitiveness for a new era», 16 de enero.

  21. Por ejemplo, la zona del euro importa alrededor de dos tercios de su energía, frente a algo más de una quinta parte en el caso de Estados Unidos.

  22. Conclusiones del Consejo Europeo, 17 y 18 de abril de 2024.

  23. China, Sudáfrica y la República Democrática del Congo. Véase Comisión Europea (2020), «Study on the EU's list of critical raw materials - Final report».

  24. Consejo de la Unión Europea, «Un Reglamento de la UE sobre materias primas fundamentales para el futuro de las cadenas de suministro de la UE».

  25. Fondo Monetario Internacional (2015), «Perspectivas de la Economía Mundial: Crecimiento dispar: Factores a corto y largo plazo», abril.

  26. Calvino, F. y Criscuolo, C. (2022), «Gone digital: Technology diffusion in the digital era», Brookings Institution, 20 de enero.

  27. Schnabel, I. (2024), «From laggard to leader? Closing the euro area’s technology gap», discurso inaugural del Laboratorio sobre la Unión Económica y Monetaria, 16 de febrero.

  28. BCE (2023), op. cit.

  29. Consejo de la Unión Europea, «Mercado único de la UE».

  30. En torno al 70 %.

  31. Schnabel, I. (2024), «From laggard to leader? Closing the euro area’s technology gap», discurso inaugural del Laboratorio sobre la Unión Económica y Monetaria en el Instituto Universitario Europeo, 16 de febrero.

  32. in ‘t Veld, J. (2019), «Quantifying the Economic Effects of the Single Market in a Structural Macromodel», Discussion Paper Series, n.o 94, Comisión Europea, febrero.

  33. Australian Strategic Policy Institute (2023), «ASPI’s Critical Technology Tracker - The global race for future power», 22 de septiembre.

  34. Conclusiones del Consejo Europeo, op. cit.

  35. Comisión Europea (2023), «La Comisión pone en marcha una investigación sobre vehículos eléctricos subvencionados procedentes de China», 4 de octubre.

  36. Eurobarometer (2023), «Standard Eurobarometer 100 - Autumn 2023».

  37. Eurobarometer (2023), «Standard Eurobarometer 99 - Spring 2023».

  38. Eurobarometer (2023), «Standard Eurobarometer 100 - Autumn 2023».

  39. Eurobarometer (2023), «The euro area».

  40. Franklin, B. (1737), «Poor Richard’s Almanack».

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